Literarte

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viernes, septiembre 01, 2006

Nefertiti criolla


Por José O. Alvarez

Elvira se murió sentada mientras miraba las matas traídas desde Egipto. Acostumbrada a lidiar con la muerte todo el tiempo, la recibió como se reciben las visitas.

Al convertirse en el centro funerario más importante de la región del Tequendama, luego de regarse como pólvora la noticia de que el Cristo que comandaba la sala de velación de su funeraria no paraba de hacer milagros, Elvira tuvo que sacar fuerzas de donde no las tenía para cumplir a cabalidad con la excesiva demanda que se le vino encima.

Daba una tregua sólamente para regar sus matas que agradecidas parecían sacar vida de los suspiros y lamentos que rodeaban el ambiente.

El templado carácter de Elvira la había hecho acreedora de una fama singular. Una modesta funeraria que recibió como herencia de su padre, la convirtió en un lugar donde daban ganas morirse.

Había aprendido todo sobre la muerte. Era la única que sabía que la muerte no era una mujer cadavérica con guadaña, sino un ser andrógino que rondaba los pasillos de los hospitales, carreteras, lugares oscuros, fosas comunes y zonas de conflicto.

Su padre le enseñó el culto de los muertos. Cuando niña la dormía con lecturas del mas allá. Ella se fascinaba con sus historias a tal punto que en la escuela primaria se hizo famosa por un proyecto que presentó sobre egiptología vestida de Nefertiti, con un velo tejido por arañas, velando el cadáver embalsamado de un cliente que se había accidentado aparatosamente la noche anterior.

Siguiendo a los habitantes de las orillas del Nilo, se convenció que la vida en la tierra era algo nimio en la existencia y que lo que prevalecía era la muerte que transformaba al ser individual en parte del cosmos. Prepararse para la muerte era prepararse para la vida eterna. Como si fuera una esclava de Tanatos, tomó como una religión el arreglar para una fiesta todo cadáver que caía en sus delicadas manos porque mostraba la misma pasión que los egipcios tenían para con sus muertos.

De regalo de quince años no quiso que le celebraran fiesta porque no quería que sus padres malgastaran el dinero en una celebración donde la que menos iba a disfrutar era ella. Pidió un viaje a Egipto. En las pirámides se le escapó a los guías de la excursión y sola se internó en pasadizos oscuros que la llevaron a una especie de almacén donde conservaban muchas sustancias que se usan para embalsamar. Logró robarse unas semillas que estaban en un jarrón. Por eso solo ella sabía el secreto que guardaban las matas que cuidaba con tanto celo. De sus hojas mas tarde aprendió a hacer un té que le daba el mismo descanso que vanamente las rezanderas le deseaban a los muertos.

Del Libro de los muertos había obtenido la formula para con ellas elaborar bálsamos que inyectaba a las venas y arterias. Los cuerpos no se descomponían. Sus ayudantes aplicaban al cascaron del difunto los ungüentos que ella les daba luego de ser vaciado completamente de sus vísceras. Seguidamente se encerraba a solas, luego de tomar el té, para mostrar al cabo de un rato un reluciente cadáver lleno de vida. Rezaba unas oraciones como conjuros mágicos aprendidos del misterioso “Papiro de Turín” para purificar el cuerpo, protegerlo de las criaturas malignas y susurrarle los códigos que le permitirían entrar airoso al reino de Hades.

Como los egipcios, no creía en Dios sino en Nu, ese océano cósmico primordial donde reposan los gérmenes del mundo por venir. Aunque católica de costumbre, le gustaban los suicidas porque aceleraban el encuentro con la vida de ultratumba. Le despertaban cierta veneración porque al quitarse la vida se emparentaban a Dios quien supuestamente es el que la da y la quita. Era enemiga de la violencia, pero no dejaba de admirar a los que se colocaban una bomba y se inmolaban convencidos de que inmediatamente se sentaban a la diestra del Dios Padre, tal como lo inculcaban los líderes fundamentalistas.

Cuando se dio cuenta que la muerte le pisaba los talones, se vistió como se había vestido el día que presentó el proyecto en la escuela. Emperifollada como Nefertiti la habían visto en raras ocasiones, sólo cuando moría alguien muy importante en su vida como su prometido que se murió sin haberle dado a probar las delicias del amor prohibido. Ese día se sentó a esperar la muerte. Tal cual la tuvieron que enterrar.

En el mausoleo todavía se encuentra en esa posición. Los que no saben admiran al escultor que cinceló esa hierática estatua que parece que exhalara vida.