Literarte

Sitio que recoge algunos de los cuentos cortos del autor José O. Alvarez, Ph.D.
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miércoles, agosto 30, 2006

Vivir del cuento

Por José O. Alvarez

Y qué piensas hacer… ¿vivir del cuento?

No quise responderle a mi mujer que ponía todo el peso de la recriminación en sus palabras. Ya de por sí llevaba días viviendo del aire desde que me despidieron de mi trabajo de editor de una revista pornográfica, dizque por culpa de la guerra contra el terrorismo. Si el aire fuera alimento mi figura no tendría la estampa de un Quijote. Cada despedida de un nuevo empleo me consume más. En lugar de escribir, malgasto mi energía buscando otra fuente que me ayude a poner el magro pan sobre la famélica mesa.

Afortunadamente cuento con un tendero que le gusta la literatura. Don Polo cuida su enorme panza con caricias mientras lee desdeñoso todo lo que le caiga en sus voluminosas manos. Cuando termina de leer los periódicos, revistas, libros de cabecera, se enfrasca en la lectura de recibos de la luz, del teléfono, del agua,... Lo hace llevado por el snobismo impuesto por unos joycianos muertos de hambre que le pagaron con un Ulises. Por mi parte, le pago con libros que revende por tres veces más de lo que me han costado los vegetales en proceso de descomposición, el arroz con gorgojo, cualquier alimento que esté a punto de perecer,...

Conmigo no es tan implacable como con otros llevados de los diablos que llegan ofreciéndole hasta el alma. La maldad de la guerra ha despertado las bondadosas fuerzas ocultas del rebusque. Un ejército de desempleados vive en las calles. El regreso al trueque sacó de la alineación a la mayoría de los trabajadores que habían vegetado en sus puestos en espera del retiro. El rebusque lleva a que cada cual produzca cosas tangibles para cambiarlas por lo mismo.

Los que llevamos las de perder somos los productores de intangibles. Con cuentos no se puede vivir según el dicho popular; sin embargo, poco a poco se han dado cuenta que para paliar la desventura es necesario que existan. Muchos corrillos de desocupados capotean su hambre con cuentos.

Los cuenteros, antes mirados como estorbo, se volvieron chamanes. Los maravillosos mundos que pintan con palabras hacen olvidar la cruda realidad. Para hacer más inolvidables las sesiones, algunos las acompañan con el cocido de las raíces de una planta traída de las selvas amazónicas que permite, según afirman quienes la han probado, ver el Aleph borgesiano.

Cuando mi estómago recibe una buena porción de sopa y seco es cuando me asomo donde Carla. Le he dejado unos libros en consignación y se ha convertido en una vendedora y promotora tenaz de mis cuentos. Al igual que Don Polo, a ella también le pago con libros. A veces le va tan bien, que me da para invitar a mi mujer y a mis escuálidos hijos.

Orgulloso recibo la sonrisa complaciente de mi mujer que depone las armas ante la sugerencia de Carla. “Me encantan sus cuentos y a los clientes también” dice mientras veloz lleva una bandeja paisa, una cerveza, un sancocho de gallina, ... “Debería dedicarse a escribir” le sugiere melosa a mi mujer y se va.
Pienso que no son los cuentos sino la sazón que unida a la amabilidad de Carla tiene a los comensales chupándose los dedos. “No sólo hay que alimentar el cuerpo, hay que darle algo al espíritu” les platica mientras insinúa que compren el libro. La dulzura de la frase de Carla despierta al lector dormido o hace renacer al que está ahogado por tanta denigrante imagen televisiva y tanta violencia de juegos electrónicos. Otros coquetos lo compran movidos tal vez por su belleza. Los veo lascivos mirarle el trasero cuando les da la espalda.

Un día después de haberme dado el producto de la venta de varios libros me di el gusto de invitar a mi familia. Carla me recibió con alborozo. El director de la Feria del Libro de Puerto Rico había estado almorzando, había llevado el libro, había regresado a almorzar y había llevado una carta donde me invitaba a participar en la feria. “Dígale que llegue no más, allá tendrá comida y dormida”, le había dicho.

Ni corto ni perezoso me las ingenié para irme. “Esta conquista empieza por donde empezó Colón a conquistar el Nuevo Mundo: por el Caribe”, le dije a mi mujer mientras me balanceaba como las palmeras.

–Ojalá no termine como él... desahuciado... perseguido...
–Desahuciado y perseguido pero...
–Ya sé, ya sé … dividió la historia y...
–Yo no aspiro a esas grandezas ni a esas bajezas. Sólo vivir... –“del cuento”, sabía que me iba a interrumpir como si fuera lectora iseriana.
–... del cuento. Eso es lo que hacen tú y tus amigos.
Entonces ¿de qué te… ?
–Yo no me … Pero …
–Tal vez si escribiera una no…
–¿Sí? ¿Una no... qué?
–De pronto eso sí sirva para …

Rompió el diálogo para evitar que le despachara la descarga que contradecía sus postulados. Después de veinte años ésta se había convertido en nuestra forma de dialogar. Utilizábamos las palabras no alcanzadas a pronunciar del interlocutor para lanzarlas en su contra. Cuando llegábamos a ese punto, el silencio era más elocuente. Sin saberlo, el 90 por ciento de tinieblas y silencio que pesa sobre el multiverso nos hacía callar para interpretarlo a nuestra manera. Si lo que quedan son sentencias y palabras gastadas por el uso y el abuso para que…

Interrumpí mis pensamientos para no caer en el flujo de conciencia que inunda las bibliotecas y que es el que me piden mis amigos cuando critican mi brevedad y me sugieren, interpretando los deseos de mi esposa, que me lance por los caminos de la novela, ahora exigida por el mercado, posible fisura por donde se escape la posibilidad de algún día vivir para contarla y darle así una vida digna a mis hijos y a ella misma que tiene que soportar mis neurosis, depresiones, desengaños,...

En Puerto Rico conocí a una profesora experta en ortografía a quien le di este manuscrito para que me lo revisara. Mi situación le trajo a su memoria las angustias del pasado. Había escrito macarrónicas novelas sin llegar a trascender el patio de su casa. Luego intentó dar clases de literatura en la universidad pero el miserable sueldo que le pagaban no le daba para mantenerse viva. Con reticencia al principio y con muchas ganas después se dio a la tarea de sacar libros donde mezcla metafísica, dieta, ejercicios y consejos para alcanzar la felicidad. La verborrea que derrama en sus escritos la acompaña con esotérica parafernalia que le produce más dividendos que los mismos libros.

Me molestó que quisiera meterse con mi estilo que considera llano, carente de la retórica apabullante que exigen las editoriales de postín y los ávidos lectores. Como mis amigos, critica mi brevedad porque según ella desnuda mi incapacidad de enfrentarme a lo monumental. “Si vas a escribir brevedades, ¿por qué no aprovechas el título sugestivo de este libro y escribes un manual de superación personal? me dijo mientras se llenaba de vibraciones mántricas.

Apiadada de mi crónico desempleo me regaló unas sustancias resinosas para que las queme e inunde mi ambiente de energías positivas. Me entregó una caja de libros junto con una lista de otros. Según ella, si los consulto detenidamente puedo extraer ideas que me ayudarían a vivir del cuento como lo hace ella a plenitud. No quiero agobiarlo a usted porque ya los habrá visto. Llenan las vitrinas de las librerías, los anaqueles de las bibliotecas y los estantes de las casas. Forman parte de la mitología de la nueva era demasiado avanzada para mí que sigo maravillado con la grecolatina, renacentista, aborigen y especialmente con la franciscana que me tiene en estado de postración.

Por un tiempo, en Puerto Rico pude vivir del cuento porque la profesora se dio maña para que mi invitación de tres días fuera extendida a una semana, luego a quince días, después a un mes y más tarde a...

Me asignaron una sacristía de un viejo convento que habían convertido en modesta habitación.

Tapiado me encontraron en una cripta abrazado a la imagen de la Monja de Borinquen, pero para ello ocioso lector que valerosamente ha llegado hasta aquí, remítase al principio de estos cuentos.