Literarte

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sábado, agosto 26, 2006

Arenas movedizas

Por José O. Alvarez



Mi padre construyó su casa sobre arenas movedizas. Me vine a dar cuenta cuando casi me tragan. Logré salirme de su boca devoradora agarrado de la pata de una mesa compacta de madera brasil afirmada a la orilla. El enorme hueco que quedó enmedio de la sala nos produjo pavor. Con escrupulosidad de genio mi padre me miraba como si con recelo comprobara que sus amenazas se hubieran cumplido. Suspicazmente empezó a torear el monstruo con un barretón. Al tomar confianza, lo introdujo un poco y se lo devoró. Por la rendija le echó toda la arena que pudo pero fue como lanzarla al vacío pascaliano porque el monstruo la devoraba como si fuera enorme agujero negro.

Un día decidí enfrentarlo junto con mis hermanos. Quitamos la enorme lámina con la que mi padre le había tapado la boca y comenzamos a hurgarlo. Despacio, no tan rápido no va y sea que se despierte. Cuidado que ya empieza a dar vida. Pum, un enorme boquete se abrió. Desde arriba alcanzamos a ver una gigantesca galería iluminada por nuestras linternas. Bajamos por una soga y nos encontramos en un salón infinito lleno de piedras talladas. Parecía un taller de escultor agustiniano. Las megalíticas figuras eran semejantes a las halladas a flor de tierra en San Agustín.

En esa época no sabíamos de esa cultura y pensamos que eran obras del diablo. Las figuras lo parecían con sus enormes colmillos y las serpientes enredadas en su cuerpo. Decidimos guardar el secreto. Cada uno tomó una figura pequeña y abandonamos el lugar.

Mi madre limpiando las encontró. Se las mostró a mi padre quien con fruncido ceño, de dónde diablos sacaron ésto; nos las encontramos; que dónde, y el ceño más fruncido; que por el lado del cerro; que quiero ver dónde. El menor se afloja, llora y luego confiesa, de ahí, señalando el lugar que nos había prohibido pisar.

"Estas son figuras agustinianas" plante meditativo y escuchar otra de sus largas disquisiciones que ahora extraño.

Acostumbrado a dar lo mejor de su cosecha para alimentar la papada de obispo de los curas, donó la casa a la parroquia. No quiso hacer negocio con las cosas de ultratumba. Los curas pronto la cedieron al municipio al comprobar que muchos feligreses desviaban sus plegarias hacia esos ídolos de piedra dejando vacías las arcas de los santos de palo. Ahora es un museo descuidado que en principio fue el orgullo de la región. Las administraciones que se han turnado, expertas en los malos manejos de la pública res, se las han ingeniado para borrar el pasado amerindio.

Caminando por la Quinta Avenida capitalina varias veces me he detenido a ver las figuras recién envejecidas expuestas a la venta por vendedores ambulantes que juran y rejuran que son originales. Los originales deben estar en museos extranjeros como el monumental ídolo de piedra que volví a encontrar sorpresivamente en el Palacio de Chaillot. En principio creí que mi astigmatismo progresivo me hacía ver espejismos, pero mi tacto de molusco y mi olfato de perro no me engañaban. Allí en el Museo del Hombre se encuentra catalogado como de la cultura Maya posiblemente para tapar con datos etnográficos la rapiña milenaria que los civilizados infringen a los bárbaros.

Si fueron capaces de llevarse hasta París el ídolo más trabajado de enorme bulto, lo pequeño no aguantó la voracidad que resultó más violenta que la del monstruo que nos quitaba el sueño cuando de pequeños decíamos inocentes mentiras aunque mirando con temor hacia el suelo. Según la creencia de los viejos, a los que dicen mentiras la tierra se los traga.