Literarte

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lunes, agosto 21, 2006

Constelación edípica

Por José O. Alvarez

Al saltar a este mundo empujado por una comadrona experta en menjurjes y brujerías, pegó un grito de terror que levantó de la silla al padre que esperaba impaciente la llegada del primogénito.

Envuelto en una nube de sangre, añoraba el cielo recién perdido. La ira que tenía se la calmó el regazo de su madre que, sacando fuerzas de donde no las tenía, pidió que se lo dieran así: resbaloso, viscoso, amoratado.

Cada vez que lo apartaban de ella, su furia regresaba. Un cordón umbilical invisible, que no había roto con la pregenitalidad kleiniana mucho menos lacaniana, lo unía poderosamente a esa joven madre, todavía una niña para estar en esos trotes que desde ese día ignoró al hombre que le había hecho insaciables cosas por donde había llegado su hermoso hijo. Desde ese día cerró por completo toda posibilidad de ser manchada de nuevo.

El padre, que esperaba una niña, se llenó de celos que superaron los de Otelo y lo mandó matar. Quería evitar que unos sueños recurrentes, convertidos ya en pesadilla, se cumplieran. Supersticioso como era gastaba una enorme fortuna visitando a un pitoniso que se anunciaba por la televisión al igual que Liberache. Dicho brujo le había pronosticado que el vástago primogénito lo reemplazaría luego de asesinarlo de un balazo y su imperio levantado a pulso caería en la bancarrota.

Los sicarios contratados para realizar el trabajo lo llevaron a una agencia de adopción que no sólo traficaba con material vivo sino con partes de gente que desaparecía.

Ojos, riñones, hígados, piernas, brazos, etc. tenían buen precio en el globalizado mercado, pero los bebés dados en adopción superaban el precio pagado por el celoso padre.

Una familia extranjera que había tratado por todos los medios de tener un bebé ofreció la suma más alta en la subasta que dicha agencia puso en Ebay.com, compañía especializada en subastas cibernéticas que estaba siendo cuestionada porque varios de sus usuarios, dispuestos al desmembre, utilizaban sus servicios.

–Es mejor darse la buena vida con un ojo, una pierna y un pie que vivir en ascuas de cuerpo entero, –decía un tuerto, manco y cojo que había subastado sus respectivas partes, en declaraciones a una revista que se regodeaba en los chismes frescos de la jet set.

Con sus prótesis adquirió la elegancia inglesa que le abrió las puertas a clubes de aristócratas, reforzada por el hecho de ser nuevo millonario.

El bebé creció en medio de mimos. Los padres dejaron de echarse la culpa el uno al otro de su infertilidad que los había llevado a recurrir a los métodos de inseminación artificial, inseminación de semen capacitado, fecundación In Vitro e inyección intracitoplasmática de esperma. Todos los esfuerzos que antes habían realizado vanamente persiguiendo un imposible fueron concentrados en malcriar al niño. Desde el momento de levantarse, hasta el momento de acostarse, el niño imponía sus designios.

En la tierra de la libertad y casa de los hombres bravos, el chico se crió aprisionado a sus caprichos; que no quiero ese cereal sino ese otro, que mejor Burger King, no mejor MacDonald, al final Taco Bell.

Haciendo lo que se le daba la real gana, llegó a la pubertad.

Incapaces de soportar ese bulto de necedades los padres decidieron regresarlo a su país de origen donde las necesidades que tenían que soportar la mayoría de sus habitantes forjaba gente dedicada, juiciosa, laboriosa, callada, dispuesta a vadear cualquier adversidad.

En la capital santafereña se dio a la tarea de conocer los metederos dedicados al goce pagano hasta que dio con un bar en la zona Rosa donde se reunían treintañeras clase alta a disipar el tedio que les daba la buena vida.

Fue amor a primera vista. Quedó prendado del espigado cuerpo de esa hermosa mujer que conservaba intacto en sus medidas y frescura lo que había enloquecido al marido 18 años atrás.

A ella le pasó lo mismo. El deseo platónico y hegeliano que había sido truncado al perder su hijo pareció renacer en sus entrañas. Sus recuerdos fueron asaltados por el de su primo Orlando que apodaban "el furioso", que con sus profundos ojos negros de seminarista la había subyugado cuando empezaba a despuntar como mujer y de la que la separaron brutalmente casándola con un desconocido para evitar el incesto que producía hijos con cola de cerdo como ya había pasado por esa inclinación endogámica que existía en su familia.

En el pasillo hacia el baño la besó apasionadamente.

–Vamos a otro lugar donde estemos solos –le dijo. Caricias devoradoras recorrían el cuello de la treintañera. Sentía explotar una constelación de deseos enterrados, resucitando en todo su esplendor.

Camino a un motel que quedaba en las afueras de la sabana bogotana, no se dieron cuenta que un Mercedes negro SEL 560, vidrios ahumados, a prueba de balas, les chupaba rueda.

Al llegar al motel, un hombre maduro, gordo, medio calvo, les salió al paso y les apuntó con un revólver. Acostumbrado a los juegos de Nintendo, de Sega, Nintendo, Super Nintendo, Play Station 1, Play Station 2, Xbox, etc., sacó la pistola que sus padres le habían empacado "por si las moscas" y con un balazo certero le atravesó el corazón al furioso hombre que los amenazaba.

–Gracias mi vida –le dijo la mujer. –Me has librado de un cerdo.

Esperó a que ella depositara unas flores que arrancó de un decoroso mirto para tapar el hueco que había dejado la bala. Al detener la hemorragia de sangre negra que brotaba como manatial, con un guiño de ojo que brilló como centella, le agarró la mano y entraron al motel.