Literarte

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miércoles, agosto 30, 2006

Soledad canina

Por José O. Alvarez

Dicen que los hindúes huelen a mico (vestigios de imperiales supersticiones), pero mientras fueron mis vecinos jamás mi olfato de perro fue perturbado por su presencia. Por el contrario, en sus noches litúrgicas, el aroma de incienso y de esencias aromáticas se desprendía de su casa. La kármica dieta evitaba esas emanaciones nacidas de ese código de vida que llevan al practicar el Dharma.

Los hindúes regresaron a la India. Con tristeza los vi abandonar el país. “Hemos perdido todo, menos la fe en el hinduismo”, me dijo la señora. La velada resistencia de los nativos a negociar con los extranjeros los condujo a la ruina. Se fueron sin dejar ni el olor.

Los nuevos propietarios llegaron con toda su parafernalia. Una perrita los acompañaba. Los ladridos del comienzo los interpreté como parte de su desarraigo. Arrancada de Hialeah, ciudad donde merodean los perros como perro por su casa, le molestaba la soledad canina de su nuevo hogar de Miami Lakes.

Trabajaron como bestias. Sacaron closets y metieron closets. Arrancaron hasta el piso para colocar uno nuevo. La perrita, que se estremecía y agitaba con cada cambio, no dejaba de ladrar.

Súbitamente, y en progresión geométrica, el olor a excremento secado al sol caribeño, asaltó mis narices. Salir al patio se volvió un problema digestivo. Las náuseas no me dejaban asomar a limpiar la piscina, a arreglar los sprinkles, a hacer mandados.

Lo que más me dolía era no poder ver la luna, las estrellas, o leer en el infinito pascaliano lo que ya no encontraba en los libros. Esa perrita con sus roncos ladridos molestaba el merecido silencio de la noche. Mis oídos domesticados por el ruido de televisores, videojuegos, radios, ..., aceptaron a regañadientes esa exigencia sonora canina. La adaptación auditiva impidió que la olfativa cediera.

Ahora pienso que el olor de la mierda de la perrita de mis vecinos fue la culpable. Cuando les comenté a mis vecinos sobre el nauseabundo olor se pusieron como un pisco, empezaron a botar babaza, el corazón se les salió del cuerpo y en medio de los ladridos de la perra, pasaron a mejor vida, quiero decir, murieron.