Literarte

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martes, septiembre 26, 2006

Libro Sagrado


Por José O. Alvarez

Hace algún tiempo, que para los inmortales no existe, mi Amo, el omnisciente, el innombrable, preocupado por mi anhelante deseo de vivir del cuento me ordenó que consignara su Palabra en un Sagrado Libro.

De mala gana me recomendó que consultara al Gran Espíritu, precisamente a ese que le gustaba volar y jugar con fuego.

Para darme un ejemplo pronunció una sola Palabra que le bastó para definir la plenitud. Como me quedé mudo, sorprendido, alelado, me tiró 24 signos para que con ellos me devanara los sesos y me aproximara a lo que acababa de enunciar.

Llené bibliotecas enteras. Secretamente agotaba los días y las noches tratando de capturar La Palabra construyendo infinitas galerías hexagonales llenas de infinitos libros. Muchos de ellos se diferenciaban entre sí por una simple coma cuando me encontré frente al hecho de que ya no tenía nada qué decir ni qué escribir. Creí engañar así al Gran Espíritu, de paso a mi Amo, con esa verborrea repetida hasta el cansancio.

Cansado de copiar y plagiar mis propios manuscritos me di a la tarea de recopilar la concepción del universo que tenían los habitantes de un planeta azul. Recorrí todos sus confines hasta que topé con la de unos nómadas pastores cuya patria era el desierto. Me llamó la atención esa recopilación que empezaba planteando un Dios viejo, implacable, rencoroso, diente por diente y terminaba con uno, joven, amoroso, misericordioso, dispuesto a entregarse para salvar no sólo a su tribu sino a toda la humanidad.

No sabré si fue por evitar mi molesta presencia, pero al mostrarle a mi Amo el fruto de mis desvelos, aburrido, con desdén, con infinito desgano, aprobó ese manuscrito. Posiblemente engreído en su grandeza no dio se cuenta que el que se proclamaba su hijo predicaba lo opuesto a sus pétreas leyes de sangre y fuego.

Por esa costumbre de quedarse a mitad de camino en las lecturas, los hombres se aferraron a la primera parte que pregona la muerte auspiciados por unos pocos que se benefician de ello.

Al manojo de iluminados que plantean la posibilidad de la vida y la convivencia en el amor pregonadas por su Hijo, los crucifican como a Él.