Literarte

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lunes, septiembre 18, 2006

Vellocino de oro

Por José O. Alvarez

Cuando al pintor LeonoeL le comisionaron unos desnudos “para un cliente que paga bien”, como le dijo el intermediario decorador, dejó por un momento su cara agria para darle paso a una sonrisa triunfal. Por fin podría darle algo a Juan Angel a quien le debía dos años de arriendo.

Dispuesto a no perder esta comisión le pidió a María que lo contactara con la Escuela de Arte Nuevo Mundo donde ella trabajaba. Atenta a todas las solicitudes de su amado artista, le consiguió el teléfono de la secretaria encargada de contratar a las modelos para las clases del plantel.

–¿Podrías ayudarme a conseguir una chica de unos 25 años?

–Esto no es una agencia de modelaje, ni un club de strip tease, es un college, –le contestó una voz de perro guardián.

–Lo sé –dijo LeonoeL a punto de perder el control–. María, la vicepresidente me dijo que usted me ayudaría.

–Ah, claro –dijo la voz con entonación servil.

–Es para que venga a mi estudio. No se preocupe que yo ya soy un veterano. Lo hago porque necesito urgentemente cumplir con un pedido. Estoy dispuesto a pagar bien.

Luego de anotar unas direcciones que la solícita secretaria le facilitó, al comprobar que era “el amigo” de la jefe, LeonoeL le agradeció su amabilidad retardada y se despidió con tono zalamero.

Días antes me había comentado que un sueño que empezó agradable, poco a poco se convirtió en una pesadilla. Una hermosa modelo se le presentaba todas las noches. Se le metía en sus sueños y le posaba en todas las formas empezando por las clásicas, siguiendo por las eróticas y terminando con las XXX.

–Lo único que puedo captar es el vellocino de oro que tiene entre sus piernas –me confesó con desaliento, ojeroso, demacrado–. Es como si el sol se hubiera posesionado de su vello púbico parecido a los cabreros que “se asomaban por el tejido del traje de baño de la mujer del austriaco.”

El viernes apareció en el estudio una despampanante mujer. LeonoeL quedó mudo y sus canas se pusieron más blancas. La chica esperaba encontrarse con un joven pintor e hizo un gesto con los hombros que el pintor interpretó como de resignación. Era la modelo que siempre había buscado LeonoeL y por un momento creyó que su pesadilla regresaba al sueño agradable.

–Me llamo Néfele y soy hija de los dioses –le dijo la mujer sin mirarlo. Despectivamente le preguntó que dónde ponía la ropa.

La trabazón de la lengua le impidió a LeonoeL emitir sonido. Le señaló un sofá destartalado que se levantaba en medio del desorden de pinturas, bastidores, brochas, papeles, etc. La modelo empezó a desvestirse con un ritmo que le recordó a las chicas que iba a ver en el club de strip tease.

–¿Hay alguien más en el estudio?

–Nooo ... eeestooyy soooloo –dijo LeonoeL tratando de tomar aliento.

Una vez desnuda le preguntó cómo quería que posara, pero el pintor no sabía cómo colocarla. Mientras ella ensayaba varias poses LeonoeL recorría en círculo el estudio como animal en acecho.

–¿Puedo fumar?

–Síiiii... –contestó olvidando que nunca nadie lo había hecho en su estudio. Aborrecía el humo de cigarrillo.

La chica sacó un paquete y empezó a armar un cacho de marihuana. LeonoeL recordó que de joven el solo olor de la hierba le daba náuseas, pero se aguantó. La inmortal belleza de la modelo, con sus poderes sobrenaturales, le curaba cualquier fobia.

Por fin se acercó a su caballete y empezó a dibujar trazos de la modelo. Como un poseso hacía borradores y borradores. No quería perder ni un segundo. Colocaba el caballete en varios lugares y se daba a la rápida tarea de trazar la figura. Casi no miraba las enormes hojas ni los trazos, sólo tenía ojos para ella.

La pasión del pintor por trazarla en todas las direcciones despertó la curiosidad de la modelo y por primera vez fijó sus ojos en el otoñal pintor. Se dio cuenta que estaba excitado y que su respiración era de alguien a punto de tener un orgasmo o un síncope.

El día que pasé por su estudio, los vecinos no me dieron razón de él. Aunque aseguran que posiblemente fueron sólo visiones, me comentaron que habían visto salir del estudio un carnero volador con un hombre y una mujer cabalgando sobre él. El brillo que emanaba los cegó y por eso no estaban seguros si era LeonoeL con la modelo.

Juan Angel, que llegó a desahuciarlo, recogió todo ese reguero de bocetos, los organizó en tres grupos que consignó equitativamente en galerías especializadas en lo clásico, lo erótico y lo XXX.