Literarte

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viernes, septiembre 08, 2006

Huracán de pasión

Por José O. Alvarez

-Conmigo tienes amor todos los días –dijo María mientras devoraba al pintor Olimpo con toda la fuerza de su pasión.

–Es lo que menos espero –contestó éste tratando de ocultar los escalofríos que le producían el ser objeto del deseo mariano.

María sacia su inextinguible apetito con pintores, músicos, poetas y narradores. El ejercicio del amor la mantiene en forma y sus 40 abriles han conservado una primavera que apenas empieza a hacer mella en su cuerpo escultural. Ha sido la musa de más de mil artistas que han caído bajos sus encantos y dimitido temprano ante la avalancha de su amor desenfrenado.

Le gustan los colores primarios que hacen resaltar su piel de alabastro que adquiere un halo mágico cuando está desnuda.

En el acostumbrado paseo por las populares galerías de la Calle Ocho en la "sabuesera"de Miami, la encontramos como antes lo habíamos hecho con el descendiente de Miranda y el cilicio de su esposa, pareja irreconciliable que no se pierde una corrida de catres en cuanto a eventos artísticos se refiere. Como en esto me identifico con los Miranda, invité a Olimpo a hacer lo mismo. Acababa de llegar de Colombia huyendo de la caravana de la muerte.

Nos sentamos en la avenida 16 a mirar a un bailarín que lo hace con cuatro mujeres que compiten en belleza y quienes esperan calladas su turno para mover espectacularmente hombros y caderas con el hombre. No falta un borracho que les toque las nalgas o una lesbiana drogada que les bese la boca. No se percatan que son maniquíes.

El maestro Miranda no sólo alisa con sus manos la cola de caballo de su mustia cabellera sino que sus inquietas manos les gusta recorrer el cabello de las chicas que se acercan a beber de su sapiencia. En ausencia de las chiquillas, de las que acostumbra a rodearse para mantener en vivo la virilidad, acariciaba con ternura a María quien se prende como chispa en época estival.

El bailarín desarmó su tinglado disgustado con la drogada que no cesaba de besar a las despampanantes maniquíes dando paso a que los meseros empezaran a hacer lo mismo con las mesas desarmables. Al quedarnos sin mesa y sin mesero que nos atendiera, optamos por montarnos en la chiva de Hernando Díaz que se detuvo un momento y que acarreaba a varios colombianos que escandalosamente cantaban "La gota fría".

Por el rabillo de mi ojo vi a María tasajear a Olimpo mientras coreaba "O me lleva él, o me lo llevo yo", cambiando un poco la patibularia frase de sentencia de muerte de la canción. Su abierta declaración de amor denunciaba sus ganas exacerbadas por el artista recién aterrizado en la ciudad del sol. Las llamas del deseo la transforman, la alborotan y la hacen exudar un olor de hembra en celo que mi olfato de perro detectó al momento.

Olimpo se hacía el loco y evitaba los rayos que le lanzaba María. En su rostro se notaba cierto disgusto acompañado de curiosidad. La chiva nos dejó en un bar-teatro frente al estacionamiento donde María había dejado su Lexus último modelo. Como todo estaba cerrado decidimos regresar a casa y ella gustosamente se ofreció a llevar al pintor.

Al despedirnos alcancé a notar que Olimpo, en el SOS que nos lanzó en su mirada, trataba de decirnos que lo libráramos del huracán de pasión que se le venía encima.