Literarte

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miércoles, septiembre 06, 2006

Confesión

Por José O. Alvarez

El resuello de un orgasmo humano lo escuché por primera vez en un confesionario. Iba allí a confesar mis pecadillos que, escudados tras las rejilla, se convertían en pecadotes. Las mentiras no contaban mucho menos las desobediencias a los padres ni las malascrianzas a los mismos. Todo empezaba con un simple e inofensivo pensamiento como el besar con ternura la mejilla de la chica más hermosa del Colegio de las monjas.

El confesor empezaba a hurgar en nuestra alma inocente y pueril acompañado de suspiros de fiera al acecho que crecía a medida que crecía el pecado.

–Explícame eso del mal pensamiento ...

–Pues padre era sólo un besito ...

–Pero ... ¿dónde?

–En la mejilla.

–Te conozco pillo. Yo sé que tú querías besarla en la boca. Confiésalo.

–Si padre, pero es que ...

–No me vengas con cuentos. Dilo si no quieres que te deje sin absolución. Eso representa que acumulas penas para irte derechito a las profundas pailas de los infiernos.

–La verdad padre ... esta vez sólo quería besarla en la ... mejilla, pero ...

–Pero ... ¿qué?

–Pues que la vez anterior sí quería besarle los labios aunque ... sólo por encimita.

–¿Encimita? ¿Cómo así? ¿O sea que querías montarla?

–¿Qué ... qué dice padre?

–Dime ... ¿querías montarla?, ¿quitarle los calzoncitos? ¿hacerle cositas?

Como habitante de vereda lo había visto. Sabía que montar era cosa de animales. El caballo montaba a la yegua al igual que el burro a la burra cuando les salía como una quinta pata toda negra que golpeaba el abdomen del animal excitado antes de penetrar con un chasquido en la hembra que temblaba ante el impacto demoledor.

Con nueve o diez años encima, al comentarlo con los amigos todos estuvimos de acuerdo que había sido el cura el que nos había despertado el animal libidinoso adormecido por la infancia. Pedro Pablo propuso que inventáramos pecados. Polo se ofreció a comprar libros pornográficos para informarnos mejor. Otro dijo una cosa y el otro más allá dijo otra. Nos decidimos por lo sugerido por Pacho quien nos dijo que ya era hora de que recibiéramos unas clases de la Papaya que no le cobraba a los niños vírgenes. En grupo le caímos a la Papaya que nos puso en fila india y a uno por uno nos arrancó en un santiamén el virgo sin contemplaciones con la certeza que nos estaba haciendo un favor. Lo hago así porque sé que no me van a olvidar y cuando crezcan siempre me van a buscar a mí primero. La próxima vez vienen con dinero así se lo tengan que robar a sus padres, nos dijo y nos despachó displicente mientras las otras putas envidiosas la trataban de infanticida.

Una vez que Polo consiguió para un polvo me invitó a donde la Papaya. Le dijimos que nos enseñara todo lo que sabía sobre el amor. Nos dijo que ese sábado no nos podía atender porque tenía unos clientes muy buenos que si la veían con nosotros los perdería. Nos prometió que nos enseñaría en su casa cuando su hijo estuviera en la escuela. Se hacen los enfermos y van a mi casa. Si se enteran los curas que están capando escuela por culpa mía me excomulgan y yo no quiero quemarme en las pailas del infierno, nos dijo.

–Lo primero que tienen que aprender es ser aseaditos. No hay nada que despierte más el amor que un cuerpo limpio. Vamos a bañarnos para oler a rico. Ella misma nos restregó la mugre como lo hace una madre con su bebito. Nos puso talcos, nos perfumó con lociones masculinas, nos envolvió en una sabana y empezó a darnos una clase de anatomía. Los nombres sofisticados de senos, nalgas, genitales, etc. que habíamos consultado en la Enciclopedia Británica ella los cambió por los nombres comunes y corrientes que manejaban en su entorno como tetas, culo, verga, cuca, etc. Pacientemente nos enseñó las técnicas sexuales aprendidas del Kama Sutra y el Ananga Ranga como las perversiones sexuales del Jardín Perfumado.

Cuando regresamos a confesarnos el resuello del cura fue mayor. No tuvo que insistir con tirabuzón para convertir nuestros pecadillos en pecadotes porque uno tras otro nos derramamos en prosa hasta que el pobre cura cayó al piso tan pesado como era luego de un gruñido que resonó en la iglesia como resoplido de caballo al momento de la eyaculación.