Literarte

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sábado, septiembre 02, 2006

Amores virtuales


Por José O. Alvarez

A los 84 años encontró en el Internet remedio a su soledad. Varias veces había pensado en volarse los sesos. La depresión la tenía azotada. Su hijo había tratado todo lo que tuvo al alcance para darle gusto. Por fin se le ocurrió regalarle un Laptop con conexión super-rápida e inalámbrica al Internet. Sabía que ella pronto se cansaría de esa novedad como siempre le pasaba y él podría usarlo sin la cantaleta de que para qué compró eso si ya tenía aquello; qué ganas de gastarse el dinero en todo lo que le ofrecen; que mire que ahorre para cuando esté como yo no tenga que vivir de la caridad de los hijos; que, en fin, una retahíla que ya no le hacía mella.

Santo remedio. No dejaba el Laptop ni para ir al baño. Allí era donde más lo usaba. Varias veces la encontró dormida con mensajes instantáneos congelados de hombres que le escribían cosas atrevidas y por lo poco que alcanzaba a leer, ella no se quedaba atrás.

Un día sacó del clóset una foto en blanco negro de cuando estaba soltera. Hermosa, alta, mirada altanera. Maria Félix la hubiera tomado por hermana gemela. La llevó a un sitio donde le pusieron color y se la digitalizaron. A muchos pretendientes enloqueció con esa foto. El sonidito de los mensajes instantáneos no paraba de sonar. Todos le ofrecían el cielo y la tierra. A todos les contestó. A todos les dijo que sí.

Del oriente le llegaban mensajes de jaques poderosos dispuestos a entregarle el subsuelo lleno de oro negro con tal de que se desposara con ellos. De la India, de príncipes de castas encumbradas. De Suramérica, de capos de la droga. Por fin un cuarentón la atrapó no por el dinero sino porque se parecía al primer novio que se murió de pena porque no lo dejaron casar con ella por ser un pobre diablo. Correos fueron, correos vinieron. El cuarentón se derramada en prosa y hasta poemas sacó de su manga para enviárselos llenos de corazoncitos que saltaban en la pantalla destrozados por Cupido.

Un día que salió a acompañar a su hijo a la librería principal vio a una chica igual a ella similar a la imagen digitalizada. Le pareció verse a sí misma 65 años atrás.

—Hija —le dijo. Podía ser su tataranieta. La chica la miró como se mira a los locos. El hijo pidió disculpas y gentilmente la invitó a tomar un café.

La chica aceptó ante la insistencia que le ejercieron tanto hijo como madre.

El cuarentón ha venido, se ha ido y ha vuelto a venir cargado de regalos y de promesas de amor.

He sido invitado a la boda. Ella también. Todos creen que es la abuela y la novia la hija de mi amigo.