Literarte

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sábado, septiembre 09, 2006

Mimo fugitivo


Por José O. Alvarez

El mimo se salió del cuadro y se fue a pasear a la Calle Ocho.

Había logrado que Gastón le diera un espacio en una ventanilla de la "Galería Gastón" donde riegan los cuadro por el suelo. No es raro tropezarse con un Botero (100 mil dólares), un Obregón (150 mil dólares) o un Olimpo (250 mil dólares). Los cuadros de Gastón son los que guindan de las paredes.

–"Ni que los precios de esos maestros estén por el piso", pensé al sospechar que tenía la intención de demostrar con ello que su obra tenía más altura.

–Es que los precios de esos maestros los tengo por el piso, –se atrevió a decir al ver que no dejaba de observar una y otra vez los trazos firmes de Obregón, el manejo de las atmósferas de Botero y la abstracción levitacional de Olimpo.

Un olor de animal muerto me sacó de mis elucubraciones. Alcanzaba a vislumbrar un áurea azulosa que brotaban de las axilas de un mimo. Su traje remendado mostraba la pobreza absoluta que se cierne sobre los desamparados.

Quise abordarlo pero la muralla del olor era infranqueable. LeonnoeL, el pintor con quien me encontraba haciendo el recorrido por las galerías de la Calle Ocho ya me había hablado del mimo. Se le había metido en la cabeza que ese mimo le había señalado el camino unidireccional que exige el mercado del arte a los artistas.

–Ese mimo es mi eureka –me dijo el entusiasmado pintor mientras con señas le preguntaba al mimo su número de teléfono que éste dibujaba en el aire. LeonnoeL entiende de pinceladas firmes y concretas en el lienzo y no de pinturas en el aire. LeonnoeL seguía sin entender y lo acosaba para que dejara de hacer muecas y que hablara.

Posiblemente el mimo sintió que esa presión tenía que ver con deudas contraídas y en un descuido se nos escapó. Mi olfato de perro me sirvió para seguir la huella azul que se iba haciendo tenue mientras se alejaba.

Por las aceras llenas de cachivaches se entremezclaba. La expresión aterradora de su rostro demostraba que quería escapar de nuestro acecho.

En una esquina lo perdimos. Hasta el tenue azul se hizo invisible porque el olor se desvaneció del todo.

–Posiblemente hemos seguido un fantasma o una ánima en pena que no quiere que la martiricemos más, –le dije a LeonnoeL.

Cuando lo dábamos por perdido un comentario al azar nos hizo mirarnos a los ojos con sorpresa.

–Tremendo susto me ha pegado ese mimo, –dijo una señora que parecía un Botero que movía su escultural figura por la Calle Ocho.

Cortésmente nos acercamos a ella. Aunque comprobamos que era un Botero, no le dimos mucha importancia a ese hecho. Lo que nos interesaba de ella era el comentario que había lanzado apoyando sus voluminosas manos en el pecho.

–¿Dónde fue que viste al mimo? –le preguntó LeonnoeL.

–Debo estar alucinando –dijo mientras su regordete dedo señalaba una galería y su mofletudo rostro perdía color y compostura.

–¿Qué pasó? –volvió a insistir el pintor.

–Me pareció que un mimo se metía en un cuadro –dijo la gorda apretando sus labios como si fuera a dar un beso.

–Son locuras de esta vieja –nos dijo un señor de aspecto distinguido que la acompañaba. Su porte me trajo a la memoria uno de los personajes de la familia presidencial del cuadro expuesto en la galería.

En cámara lenta levanté mi quijada y empecé a dirigir mi olfato hacia la dirección señalada por la Botero. El olor poco a poco se abrió camino hasta llegar a mis narices.

Caminando lentamente, como si llevara una valiosa vajilla haciendo equilibrio en mi cabeza y con mi nariz apuntando a la galería, nos fuimos a ver al mimo que se nos había fugado.