Literarte

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lunes, septiembre 18, 2006

Reencarnación


Por José O. Alvarez

Hola, mi nombre es José O. Alvarez. Les doy la bienvenida a este Primer Congreso Cósmico Humanoide. Cada uno de ustedes, como yo, hemos llevado otra vida diferente a la actual. Unos han sido polvo cósmico, otros vegetales, otros animales y otros lo que ahora somos nosotros.

Los que hemos purgado todos los karmas somos como somos. Claro que no nos hemos reunido para hablar de nosotros mismos sino para conocer de primera mano la experiencia de quienes acaban de alcanzar el cenit de la creación.

Para no alargar nuestro encuentro quiero dar la palabra a tres personas que hace apenas unos pocos años vivieron en forma respectiva, una en el reino mineral (era piedra), otra en el reino vegetal (era verdolaga) y otra en el reino animal (era cerdo).

Recibamos con un fuerte aplauso a la primera. Los tres personajes armados con el verbo regalado por los dioses hablaron hasta por los codos. Tomo sólamente la frase final con la que cada uno concluyó su exposición.

–Aunque piensen que tengo duro el corazón –dijo la ex-piedra–, no tengo palabras para describir la emoción que siento al estar reunido con la crema y nata de todo lo creado. Cuando era materia mineral, y para alcanzar un estadio superior, me dejé arrastrar por los ríos, secar bajo soles ardientes y patear por chicos callejeros.

–Como verdolaga no tengo mucho que decir. Me molestaba mucho que era pasto no de vacas que son limpias sino de cerdos que me mezclaban con desperdicios.

–Cuando era cerdo no supe lo que era la pesadumbre porque siempre mantenía mi barriga llena aunque para ello tenía que revolcarme en el lodo, morder a diestra y a siniestra, y gruñir como un monstruo feroz.

El dejo de tristeza que se dibujó en la cara del que había sido cerdo al verse reencarnado en hombre, sembró la duda en los congresistas. Ya habían experimentado a ciencia cierta que el hombre era infierno para el hombre aunque hubiera algunos que pregonaran que era la salvación. Estos últimos habían interesado al género humano para lograr sembrar esta simiente en cada corazón. Las palabras del cerdo echaban por la borda esos planes altruistas y desenmascaraban la cruda y darwiniana realidad.

Mientras añoraban que les saliera una cola retorcida, un pensamiento se les enroscó en sus mentes cochinas. Si lo que importa es tener la barriga llena, era mejor retroceder en el proceso evolutivo, renegar del homo sapiens y sumirse en el letargo porcino para vivir feliz.