Literarte

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jueves, septiembre 28, 2006

Ciudadano del mar

Por José O. Alvarez

Michael llegó a mi clase como un ser marino perdido en tierra buscando un sitio para recalar su ancla. Parecía un crustáceo arrastrado por las olas y depositado con violencia en las orillas del mar. Al sentarse en la silla se escurría como un invertebrado. A veces traía consigo olores de mares lejanos y de vez en cuando olores de mariscos rancios que revolcaban mi estómago y el de mis estudiantes.

Aunque gelatinosamente estaba en clase su mente divagaba en alta mar. Varias veces lo hice aterrizar pues parecía que estuviera en la luna. Se sentía incómodo pues me daba la impresión que hasta sus poros se negaban a respirar el contaminado aire de la ciudad.

–Me llamo Michael y mi patria es el mar –dijo imperturbable como si fuera Poseidón cuando le tocó su turno para presentarse ante los demás. Todos callaron.

Ante nuestra mirada cargada de perplejidad se explayó con ganas. Nuestros oídos incrédulos escucharon su maravillosa historia. Se consideraba un ciudadano del océano, abierto y libre sin el afán de apoderarse de terruños porque en su mundo acuifero no existen ansias egoistas y sus seres se confunden con el inabarcable horizonte.

Mis hijos se entusiasmaron con la historia de Michael. Tanto insistieron que tuve que pedirle a Michael que me invitara a visitar su patria. Para llegar a sus aposentos tuvimos que pedirle el favor al tío de mi esposa quien tiene un bote con todas las de la ley. Los habitantes de esas aguas nos miraban con recelo. Había unos viviendo en botes construidos con neumáticos de tractor. Otros con guaduas y barbacoas amarradas. El de Michael era una especie de enorme tinaja de aluminio. En su bote apenas cabía una banca que le servía tanto de silla como de cama. Lo acompañaba una modesta mesita con cinco o seis libros ya curtidos no por el salitre sino por las relecturas de Michael. El bote estaba protegido por una carpa que Michael puso en el bote no tanto para protegerse de las lluvias como proteger los libros. Las lluvias le servían para sacarse las costras producidas por la intemperie.

Mis hijos le dieron la vuelta al bote varias veces. Michael leyó sus pensamientos y les dijo que no usaba inodoro. Sus necesidades servían de alimento a los necesitados peces que rondaban por ese barrio de botes mecidos por las serenas aguas de la bahía de Coconut Grove.

Lágrimas saladas como las aguas marinas corrieron por las mejillas de mis estudiantes el día del examen final al escuchar conmovidos las palabras de Michael. Cada estudiante presentó un proyecto nacido de lo más profundo de su corazón. Michael se descubrió como filósofo y poeta pero ante todo como hombre de mar. Por eso concluyó con esta frase:

–Solo vengo al continente cuando encuentro seres como ustedes que se hermanan conmigo en el salitre amoroso, con las brisas marinas y que no saben de fronteras como nosotros los ciudadanos del mar.