Literarte

Sitio que recoge algunos de los cuentos cortos del autor José O. Alvarez, Ph.D.
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martes, octubre 03, 2006

Fulan O y Sutan A

Por José O. Alvarez

Siempre Fulan O (por ponerle un nombre), hacía fila en la registradora de Sutan A (idem), aunque las otras registradoras estuvieran vacías.

La juventud de Sutan A le hacía olvidar la vejentud a Fulan O que recobraba bríos de potro salvaje al oír su dulce voz y lograr, por una fracción de segundo, que esos hermosos ojos le regalaran la limosna de una mirada.

Fulan O no era tan viejo. El desempleo crónico lo había acabado. En los contados trabajos donde lograba adaptarse, se atravesaba un compañero o compañera que le hacía la vida imposible o un supervisor que lo cogía entre ojos hasta que lo sacaban por la angosta puerta del desempleo. No soportaban ese algo ineluctable que Fulan O destilaba que desenmascaraba la estupidez humana y ponía en entredicho la falsa felicidad de sueños alimentados con mentiras.

Sólo encontraba consuelo en Sutan A. Desde todos los estantes la miraba. Esa boca nacarada y las perlas de sus dientes le traían a la memoria los trasnochados versos que le habían servido en su juventud para llevar al tálamo a sus novias. Nácar, marfil y todo lo de Sutan A tenían
en vilo a Fulan O.

Aunque odiaba el canela de la piel en los otros que habían llegado de tierras lejanas a suplantarlo en forma regalada en sus trabajos, en ella encontraba perfecto ese color miel tan diferente a su piel lechosa llena de pecas que lo hacía sobresalir entre tanta gente de color.

Sutan A lo miraba con desprecio porque veía en ese ser, que la observaba como perro sumiso, al gringo cuello rojo, vengativo, ignorante, incestuoso y malo.

Tanto fue el cántaro a la fuente que logró romper la reticencia de Sutan A. Empezó por regalarle una chocolatina que pasaba sin cobrársela compadecida de la pobreza de ese miserable. Poco a poco fue cediendo a las melosas palabras que Fulan O le dirigía en un español acentuado que a Sutan A le parecía chistoso.

A Sutan A no le cabía en la cabeza que un gringo tan gringo, con idioma y todo, estuviera peor que los recién llegados. Sin embargo, le conmovían esos ojos de cielo entristecido que brillaban solamente cuando chocaban con los de ella.

Más por practicar el idioma que por otra cosa, aceptó lonchar con Fulan O hasta que un día terminó montada en su destartalada camioneta, otro día en una película y unos días después en su trailer. La traducción al español de los poemas juveniles lograron lo que no habían logrado sus lascivas miradas, su fiel insistencia de perro por verla todos los días, ni sus clases de inglés. Sutan A defendía con pies, manos, uñas y lenguaje obsceno esa virginidad tan preciada entre los familiares de su novio, unos hispanos que estaban deslumbrados con el sueño americano. Por eso le bastaba y sobraba con que él se detuviera en la rosada orquídea que tenía entre las piernas hasta sentir, con los ojos en blanco, todas esas cosas que describen con ardor y con furor plumas eróticas.

Fulan O aceptaba no ir más allá: contemplarla desnuda era suficiente como repasar su tierra virgen un regalo adicional.

En la soledad de su trailer, poseía su imagen hasta alcanzar la muerte orgásmica que lo elevaba a la divina esencia.