Literarte

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lunes, octubre 16, 2006

Perros calientes

Por José O. Alvarez

Esa insistencia de mi profe de escritura creativa de que todo encierra una obra de arte, me dio la pauta para hacer este microcuento. La mayoría de nosotros, estudiantes de la Universidad de Yoayo, nos habíamos convertido en sabuesos literarios que buscábamos en cualquier cosa por trivial que fuera, temas que luego usábamos en nuestras composiciones. Según él, alguien dijo que no hay diálogo callejero que no contenga el universo y que no sea una máscara que esconda un misterio eterno. Con arrobo llama a esas cosas “epifanías”.

No sé si fueron estos pensamientos o el hecho de que no había comido bien la noche anterior, lo cierto es que me acerqué a una venta de perros calientes para torear la infinita hambre que tenían alborotadas mis sonoras tripas.

Era la hora del almuerzo y varios parroquianos se aglomeraban al pie del portátil restaurante callejero. Una chica regordeta, con graciosa cara, sonrisa de oreja a oreja, atendía a la clientela. Sus voluminosas caderas y exuberantes pechos me despertaron otras hambres que un compañero de clase sacia con sus escritos, otro con sus lujuriosas miradas y otro más allá con sus temblorosas manos.

–¿Se lo preparo con todo?

La mayoría de los clientes asentían con la cabeza. Quizás el hambre no los dejaba emitir sonido. Recordé las palabras del profesor e imaginé que perros calientes como esos saciarían cualquier aterida hambre. Sorpresa me llevé cuando la chica, como salida de portada de magazine, que iba adelante mío contestó:

–A mí prepáremelo con nada.

Pensar que el todo fuera digerible no me pareció absurdo, pero esa inesperada respuesta me dejó lelo.

Frases como ésas lanzadas al vacío taladran mi visión fenomenológica del mundo porque ontológicamente me producen una náusea existencial. Me sentí en un atolladero mental que cruzó mis neuronas, desorganizó mi proceso digestivo, desactivó la boca del estómago, apagó mis ladridos intestinales... en cuatro palabras: acabó con mi hambre.